Los antiguos tenían miedo a los eclipses. Les parecía cosa de brujería, un castigo divino, aquello de que el sol se pudiese tapar, dejar de emitir luz en mitad del día, o dejarse de ver la luna cuando le tocaba ser espejo de la tierra en el cielo.
Hay un bar en Valladolid que se llama Eclipse. Es un bar como otro cualquiera, no tiene nada de extraordinario. Es un bar de barrio, con una estupenda carta de cervezas, helados, patatas con salsas, refrescos caros, mesas de mármol como esas en las que los viejos de pueblo juegan al dominó. Tiene una chimenea siempre apagada, alrededor de la cual se reúne la gente como en una estación de esquí. Y un revistero con muchas “interviús” donde en otras épocas nos deleitábamos observando pechos. Tiene dos televisiones, y una máquina de tabaco. Tiene también dos puertas, pero ninguna para salir, porque siempre hay ganas de entrar. Tiene dos baños chiquititos, y en caso de emergencia hay que sortear gente para poder entrar.
A mi de jovenzuelo también me daba miedo el Eclipse, porque a él iban los de la Parroquia, y no quería saber nada de ellos. Pero fue entrar en la Parroquia y en Eclipse se convirtió en parte inseparable de mis amistades y mis fines de semana. Y quien entra en el Eclipse se siente como en casa, en una casa extraña, pero en casa. Hay cuadros, porque Miguel es un apasionado de la pintura, y la practica indiscriminadamente, y pinta él, y expone lo que pintan otros. Hay gente muy buena a la que solo se puede ver cuando gente como Miguel les rescata del olvido. A Miguel también se le puede leer en su blog, se le puede escuchar, se le puede contar. Hay gente inquieta que siempre tiene ganas de crecer, de saber, de conocer, de viajar. Y entonces convierten su vida en bibliotecas llenas de libros de muchas materias, desde la ufología hasta el antiguo Egipto. Y uno de esos es Miguel. Y si entras y te sonríen, pues es Charo. Que es medio Miguel, y Miguel media Charo. Las mismas inquietudes, pareceres, las mismas ganas de saber… Y el ingrediente extra de la alegría y de la capacidad de escuchar a la selecta parroquia que se sienta delante de ella pidiendo una caña o solo un a oreja que pueda escuchar…
Y se crea un ambiente, alrededor de esa chimenea apagada, y de los cuadros, y de la vieja báscula que preside las baldas de la izquierda. Y en ese ambiente se toman a gusto un vino un cura, un seminarista, un catequista, dos gays, una lesbiana, un concejal de Izquierda Unida o el más foribundo pepero. Porque da igual de donde seas si te hacen sentir en casa. Y el Eclipse es casa y refugio seguro…
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MERECE LA PENA ...A VECES...JAJAJAJ
